Por Gerónimo Huertas
Escribir
con instinto de blog implica eliminar la distancia ¿Y eso puede ser peligroso?
Que lo juzgue el lector, quien es en últimas el que decide; y que lo sienta el
autor en carne propia como si fuera suyo, a pesar de que después de haberlo
destapado, poco tenga que ver con él.
Lectores
desprevenidos, en todas las épocas, parece el lector del blog un lector
desprevenido, aunque si logra cautivarse, ¿se convertiría en un lector
disciplinado? El caso es que la literatura, lo que se llama en algunas partes,
la verdadera literatura, desde sus mismos inicios se escribe para pequeños
círculos intelectuales, gran cantidad de ellos con pretensión de escritores; y
se habla entonces de la “verdadera literatura” y la “alta cultura”; se aleja
entonces la literatura de un caudal amplio de lectores que no acceden a ella o
porque no la conocen, o porque no la entienden, o porque sus autores están tan
ensimismados y han seleccionado tan arbitrariamente a sus lectores que no les
importa sino sobrevivir para siempre en el anaquel de una biblioteca
universitaria, a la espera de un desocupado estudiante que decida tomarlo y
entonces darle sentido en un ensayo posmoderno. Literaturas habrá como
escritores, pero siempre estará la figura del lector que cada vez va menos a la
biblioteca en físico y que prefiere la biblioteca virtual o la nube. El mensaje
del blog entonces cobra significado, más allá del diario, el blog puede ser literatura,
pero es literatura de lo inmediato y con una mínima distancia.
Comenzó
este experimento y he de decir lector, lectora (ahora con esta confusión de
géneros que no se me quede nadie que no se sienta incluido, todos los matices
también cuentan) que agradezco si permanece. El caso es que aquí me tiene y sin
saber, ni usted ni yo (o tal vez usted más que yo) por cuánto tiempo, yo
buscándolo y usted haciéndose el difícil. Si me disperso es porque quisiera
dejar muchos cabos sueltos y que usted se atreva a completarlos, si lo desea, o
a cortarlos, quemarlos, deshacerlos… puede mostrar su saña, pero con mañita
para que suene mejor.
“No me
gusta leer a los necesitados”, me dijo. Y pensé, ¿qué escritor no es un
necesitado de atención, un fetichista, un chismoso y un voyerista? Por eso
vendrá tanta artimaña detrás de cada letra.
Llama
la atención la vida del escritor, a veces tan anónima, pero tan fabulada. Es
mejor no conocerlos, definitivamente, hagamos caso del adagio. El lector, si no
lo conoce (si lo conoce fabula aún más, claro), suele preguntarse cómo será,
qué comerá este petulante, si es gordo o si es flaco, quiere identificarse con
él, hallar un amigo sincero; entonces lo quieren ejemplar y a su medida, que
sea recto políticamente, de una rectitud férrea como la suya, la del lector,
que sea un hombre consecuente, imagínese usted lectora, un hombre consecuente. Los
lectores los buscan a la medida de sus circunstancias, buscan algo consistente
en que agarrarse; y los que piensan en consistencia, se equivocan, claro,
porque el escritor de literatura es más bien inconsistente. Se debería siempre
huir de la consistencia, lectora, lector, digo de la consistencia superficial.
Pura parodia
y metaforización gratuita, como la de anoche. Escuchaba al novelista decir,
“hay que guardar el texto en un cajón, 9 meses, un año”. Es una distancia
prudente, más cuando en el escritor está siempre el deseo de inmortalizarse en
su terruño, ansían también algunos a inmortalizarse en su lengua, pero
ambiciones hay tantas como individuos, ahora que muchos de ellos coincidan con
sus ambiciones en los mismos palcos, en los mismos titulares, en las mismas
secciones de los noticieros, es tema de otro fragmento.
Lo
cierto es que nuestra actual literatura se encuentra en su destino, casi
siempre a un lector de lo inmediato, un lector sin memoria, un lector que admite
pocas distancias ¿El texto en el cajón se enmohecería? No, si es constante,
universal e inmediato, siempre inmediato, ahí está el desafío.