En delaurbedigital.udea.edu.co |
(Girardota, Colombia, 1926). Ha sido columnista y profesor de la Universidad de Antioquia. Al final de la década del ochenta sale del país por motivos forzosos y se instala en Madrid en donde vive casi tres años. De regreso se desempeñó como columnista, hasta hace poco tiempo, momento en el cual, ha decidido retirarse del universo mediático.
DEL EXILIO (Selección)
Al exiliado se le pudre la voluntad (21.9.87).
El poder de arraigo implica la capacidad (o la posibilidad) del desarraigo; o sea, el poder de adaptación exige una capacidad igual de alejamiento.
Se vuelve a decir (como en todas partes): no soy de aquí ni me parezco a nadie.
No hay piso firme para el exiliado, pues la reja, que en el preso es exterior, dejándole el espacio de su intimidad, en el exiliado es interior, robándole así todo espacio.
La vida colectiva es indestructible: la muerte es siempre cosa individual (o sea, un desprendible): esto es lo que permite sustentar la esperanza.
El placer es el pensar.
(Vivir alerta: prender la curiosidad: apetecer este mundo).
A veces no sé quién soy.
(El arte como tabla de salvación)
La sensación de estar perdido: inclusive, de sí mismo.
La palabra incita al acto. (Eso se sabe). Bueno, la palabra incita al estado de conciencia.
La sustancia del exiliado es la nostalgia … y “la nostalgia es la puta del recuerdo” (Caín).
Hay que reinventar la vida: queda un trozo, y éste se regenera.
El exiliado miente de oficio.
“Aquellos que empiezan por mirar hacia atrás, terminan a veces pensando hacia atrás”.
Nietzsche.
El drama del exiliado es que teme haber sido arrojado, no ya de su país, sino del género humano.
A veces provoca irse.
La vida: único equipaje.
Es preciso inventar de nuevo la vida: inclusive, hay que crear sueños y recuerdos y
añoranzas, pues se trata de liquidar el pasado, para no vivir de nostalgias.
El placer no es la soledad, es el anonimato. Y a la mierda la gloria.
Hay gente que pone, en la yuca, el patriotismo.
Y, de momento, el tiempo se vive en ralenti.
Soy apenas un esbozo.
En soho.com |
¿Vivir por sólo sostener la vida?
El exiliado es un transeúnte.
Esto se acabó: lo que sigue es vicio.
De pronto (a ratos) una sensación extraña: éste que está aquí no soy yo.
El exiliado ha de luchar contra la memoria: es su única posibilidad de salvación.
No es que me estorbe la gente: es que no me hace falta.
¿Quién soy? Se difumina el contorno.
Llegar a un sitio y a un tiempo en los que, coartadas amarras y raíces, empiece a extinguirse la memoria —inclusive la propia— y lograr así la libertad.
Este largo ensimismarse puede conducir a la lucidez o a la locura: y quizá las dos condiciones giren dentro de las mismas coordenadas.
El enemigo del exiliado es el tiempo: por eso hay que diluirlo.
Para el exiliado, en un comienzo las palabras son refugio; luego se convierten en rejas y, a ratos, en alucinación.
La vida se acabó hace días: sólo la inercia.
Se escribe es para olvidar.
Cada vez más extraño, no sólo a los otros, sino a uno mismo.
Uno ignora, no sólo lo que es uno, sino lo que busca.
La conciencia de no ser nada y por eso, quizá, la de ser posible.
Las palabras construyen un invernadero: es hostil el mundo.
Se oye todo muy lejos: inclusive, las gentes parecen personajes de una ficción que se leyó hace tiempos.
El exiliado pierde el sentido jocundo de la vida: se ciñe el cilicio. (27.7.90):
Sentir la vida como un trasto más.
Al exiliado le dan el mundo por cárcel*.
*Tomado de la Revista de la Universidad de Antioquia.
Volumen LXI, número 227. Enero – Marzo, 1992.
Volumen LXI, número 227. Enero – Marzo, 1992.
Medellín: Universidad de Antioquia.