lunes, 26 de mayo de 2014

La extensión de la máquina

Por Gerónimo Huertas

"El hombre agradece la contundencia que la máquina provee a su brazo, no sabe él que es la máquina la que se aprovecha de su ingenuidad, es el ser humano la extensión de la máquina, ella lo necesita para ser precisa, cada vez más fuerte, y llegar a lugares que por sí sola no podría."

Disponible en: http://lifeboat.com/ex/transhumanist.technologies

Para controlar a las bestias se inventó la máquina. La máquina controla lo que va de la mente al lápiz, del lápiz a la máquina y de la máquina a la nube, es todo un ciclo que ha copiado de la naturaleza. La máquina entre todas las cosas también inventó el lápiz. Aquí está San Google adaptando mi historia. Quitándole los fragmentos. ¿Cómo los utilizará? ¿Qué alma tramposa estará disfrutando de nuestras desgracias en el futuro? Es peligroso escribir aquí, es entonces dejárselo todo a la máquina, dejando de lado que siempre ha sido todo de ella. Un nombre, un registro, un número en la computadora. Ella podrá modificar la historia, muchos lo saben, pero no les interesa, otros no se han enterado de ello y nunca lo harán. Ella podrá modificar la historia y la ciencia a su antojo, ya lo hace a diario, borrará también un día los vestigios de libertad (si es que existieron y no fueron ilusión) de la mente del hombre, de los libros, del arte.

La máquina que aprende todo del hombre y de la naturaleza va cubriendo con prisa el planeta, haciendo mutar rápidamente cada ser. Hay una amenaza de metal que está sobre el mundo y se ha apoderado de su voluntad. Entre el metal viven las pequeñas bestias exploradoras, suicidas y desechables, que se llaman entre ellas humanos. Las bestias encuentran información rápidamente, son versátiles, astutas, sumamente inquietas, recolectoras. Duermen bastante, es cierto, pero es necesario pues su deseo de destrucción es tal que si estuvieran despiertas más tiempo, en cuestión de meses acabarían con el bestiario que las aloja y, aunque hay varios planetas a la vista, falta completar la adaptación para un viaje semejante: las bestias humanas aún no han terminado el trabajo: “pronto” se dicen los que manejan la máquina.

La máquina, sembrada en muchas partes, parecía una partícula inconexa, pero se presentó más o menos al mismo tiempo en la prehistoria, cuando el ser humano empezó a utilizar la herramienta, los sembradores de la máquina sabían del poder de conexión de la herramienta. Un cuchillo tallado, se convirtió rápidamente en dos, en tres, en cinco mil, se modificó de mil maneras y adquirió diversos usos, o mejor, modificó su uso para diversas labores. No había pasado mucho y ya la máquina estaba funcionando, era un organismo fragmentario, pero era parásito en el mundo.

Desde la primera cacería con lanza y daga de piedra, la máquina le ha exigido siempre al hombre una cuota pura de sangre, pero él es una bestia egoísta, da solo una parte de su ser, necesita seguir viviendo, la otra parte se la cobra a la naturaleza.

Los hombres, diminutas bestias exploradoras, creen hasta hoy que la naturaleza para su alimento es infinita, que la tierra tiene el vientre lleno de combustible para seguir reproduciendo la miseria; bebe la sangre del animal ya frío, en descomposición, y da su bocado al filo de la piedra que siempre pide un poco más. El hombre agradece la contundencia que la máquina provee a su brazo, no sabe él que es la máquina la que se aprovecha de su ingenuidad, es el ser humano la extensión de la máquina, ella lo necesita para ser precisa, cada vez más fuerte, y llegar a lugares que por sí sola no podría.  Porque la máquina es poderosa, pero todavía no es tan hábil. Le falla la motricidad fina, la coordinación, la relación libre de ideas, para eso está el espécimen humano, para alcanzar con minucia el mundo, para herir con más precisión.

La máquina se implantó en los dientes del hombre y los dientes del hombre cada vez se hicieron más feroces. La máquina se extendió, cada vez más conectada, un día será como una gramínea feroz. Hoy día no sabemos de qué es capaz, es una enredadera tenaz de cables y luces que si se apaga nos deja ciegos. ¿Qué tal si la tecnología me arroja en un estado de ánimo suspendido y veo cómo se traga de manera feroz el mundo? Cinco mil árboles cada minuto, quinientos millones de animales cada día, tragándoselos la máquina… un momento, ¿ya soy sólo otra bestia suspendida?

Aquí estoy en frente de ella tratando de minar su historia, de controlar su memoria, una bestia desmemoriada hablando de memoria. El mensaje que yo escribí ya lo cambió la máquina. La máquina “comprensiva” que a veces deja hablar a las bestias. Yo había escrito una buena salida del embrollo, había querido proponerles un cambio. Pero aquí está la máquina. Lo máximo que podría es crear un evento por Facebook, eso me lo deja la máquina, o lanzar una arenga por Twitter, esas libertades que me concede cada vez menos la máquina. A nosotros nos dejó conocer los 140 caracteres, ya vamos por menos: hay que simplificarse, hacerle las cosas fáciles. Qué viva la reproducción en serie, la furia de la uniformidad, las orgías de gemelos fantásticos a los que les cambia el pelo y los ojos de color.


Me deja organizarme aquí San Google, me permite compartirles mi mente con “el mundo abierto” de los blogs, no cuenta con que me asquee del bestiario, cree que todo está controlado. Siento las bestias cercanas cada vez más humanas, cada vez más duras sus miradas, creen que nada va a cambiar y tienen razón, el mundo está transformándose en un organismo metalizado y simple: las bestias que lo perciben vociferan a la luna, y cualquier intento de ruptura se intenta sólo como una forma de asumir nuevamente a la máquina.

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