Por Gerónimo Huertas
"El hombre agradece la contundencia que la máquina provee a su brazo, no sabe él que es la máquina la que se aprovecha de su ingenuidad, es el ser humano la extensión de la máquina, ella lo necesita para ser precisa, cada vez más fuerte, y llegar a lugares que por sí sola no podría."
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Para
controlar a las bestias se inventó la máquina. La máquina controla lo que va de
la mente al lápiz, del lápiz a la máquina y de la máquina a la nube, es todo un
ciclo que ha copiado de la naturaleza. La máquina entre todas las cosas también
inventó el lápiz. Aquí está San Google adaptando mi historia. Quitándole los
fragmentos. ¿Cómo los utilizará? ¿Qué alma tramposa estará disfrutando de nuestras
desgracias en el futuro? Es peligroso escribir aquí, es entonces dejárselo todo
a la máquina, dejando de lado que siempre ha sido todo de ella. Un nombre, un
registro, un número en la computadora. Ella podrá modificar la historia, muchos
lo saben, pero no les interesa, otros no se han enterado de ello y nunca lo
harán. Ella podrá modificar la historia y la ciencia a su antojo, ya lo hace a
diario, borrará también un día los vestigios de libertad (si es que existieron
y no fueron ilusión) de la mente del hombre, de los libros, del arte.
La
máquina que aprende todo del hombre y de la naturaleza va cubriendo con prisa el
planeta, haciendo mutar rápidamente cada ser. Hay una amenaza de metal que está
sobre el mundo y se ha apoderado de su voluntad. Entre el metal viven las
pequeñas bestias exploradoras, suicidas y desechables, que se llaman entre
ellas humanos. Las bestias encuentran información rápidamente, son versátiles,
astutas, sumamente inquietas, recolectoras. Duermen bastante, es cierto, pero
es necesario pues su deseo de destrucción es tal que si estuvieran despiertas
más tiempo, en cuestión de meses acabarían con el bestiario que las aloja y,
aunque hay varios planetas a la vista, falta completar la adaptación para un
viaje semejante: las bestias humanas aún no han terminado el trabajo: “pronto”
se dicen los que manejan la máquina.
La
máquina, sembrada en muchas partes, parecía una partícula inconexa, pero se
presentó más o menos al mismo tiempo en la prehistoria, cuando el ser humano
empezó a utilizar la herramienta, los sembradores de la máquina sabían del
poder de conexión de la herramienta. Un cuchillo tallado, se convirtió
rápidamente en dos, en tres, en cinco mil, se modificó de mil maneras y adquirió
diversos usos, o mejor, modificó su uso para diversas labores. No había pasado
mucho y ya la máquina estaba funcionando, era un organismo fragmentario, pero
era parásito en el mundo.
Desde
la primera cacería con lanza y daga de piedra, la máquina le ha exigido siempre
al hombre una cuota pura de sangre, pero él es una bestia egoísta, da solo una
parte de su ser, necesita seguir viviendo, la otra parte se la cobra a la
naturaleza.
Los
hombres, diminutas bestias exploradoras, creen hasta hoy que la naturaleza para
su alimento es infinita, que la tierra tiene el vientre lleno de combustible
para seguir reproduciendo la miseria; bebe la sangre del animal ya frío, en
descomposición, y da su bocado al filo de la piedra que siempre pide un poco
más. El hombre agradece la contundencia que la máquina provee a su brazo, no
sabe él que es la máquina la que se aprovecha de su ingenuidad, es el ser humano
la extensión de la máquina, ella lo necesita para ser precisa, cada vez más
fuerte, y llegar a lugares que por sí sola no podría. Porque la máquina es poderosa, pero todavía no
es tan hábil. Le falla la motricidad fina, la coordinación, la relación libre
de ideas, para eso está el espécimen humano, para alcanzar con minucia el mundo,
para herir con más precisión.
La
máquina se implantó en los dientes del hombre y los dientes del hombre cada vez
se hicieron más feroces. La máquina se extendió, cada vez más conectada, un día
será como una gramínea feroz. Hoy día no sabemos de qué es capaz, es una
enredadera tenaz de cables y luces que si se apaga nos deja ciegos. ¿Qué tal si
la tecnología me arroja en un estado de ánimo suspendido y veo cómo se traga de
manera feroz el mundo? Cinco mil árboles cada minuto, quinientos millones de
animales cada día, tragándoselos la máquina… un momento, ¿ya soy sólo otra
bestia suspendida?
Aquí
estoy en frente de ella tratando de minar su historia, de controlar su memoria,
una bestia desmemoriada hablando de memoria. El mensaje que yo escribí ya lo
cambió la máquina. La máquina “comprensiva” que a veces deja hablar a las
bestias. Yo había escrito una buena salida del embrollo, había querido
proponerles un cambio. Pero aquí está la máquina. Lo máximo que podría es crear
un evento por Facebook, eso me lo deja la máquina, o lanzar una arenga por
Twitter, esas libertades que me concede cada vez menos la máquina. A nosotros
nos dejó conocer los 140 caracteres, ya vamos por menos: hay que simplificarse,
hacerle las cosas fáciles. Qué viva la reproducción en serie, la furia de la
uniformidad, las orgías de gemelos fantásticos a los que les cambia el pelo y
los ojos de color.
Me
deja organizarme aquí San Google, me permite compartirles mi mente con “el
mundo abierto” de los blogs, no cuenta con que me asquee del bestiario, cree
que todo está controlado. Siento las bestias cercanas cada vez más humanas, cada
vez más duras sus miradas, creen que nada va a cambiar y tienen razón, el mundo
está transformándose en un organismo metalizado y simple: las bestias que lo
perciben vociferan a la luna, y cualquier intento de ruptura se intenta sólo como
una forma de asumir nuevamente a la máquina.
Leonardo Quiroga...
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