"Los desentendidos podrían creer que lo que le cuelga del cogote es una corbata, una bufanda, o que se cubre suavemente con cuellos de tortuga. Se equivocan; en realidad posee un apéndice que cambia de color como los artistas pop y los trajes de baño de las presentadoras de farándula."
Ilustración de Pawel Kuczynski |
Es
conocido como el “Rey de la corrupción”. “El ladrón mayor” le dicen con cariño
sus pupilos, los burócratas farsantes que quieren ser como él. El cualquier político ha sido engordado con
las garantías que les faltan a las otras bestias del Colombestiario. Los
desentendidos podrían creer que lo que le cuelga del cogote es una corbata, una
bufanda, o que se cubre suavemente con cuellos de tortuga. Se equivocan; en
realidad posee un apéndice que cambia de color como los artistas pop y los
trajes de baño de las presentadoras de farándula.
Hay
temporadas en que el azul pasa de moda, entonces el apéndice se pone rojo como
un tizón, carnoso. Si uno pasara un machete quitando el moco parecido a corbata
no dejaría de manar sangre por muchos días. Los colores políticos en el
Colombestiario tienen en sí tanta sangre, que a uno decidieron ponerlo rojo,
con el fin de disimular; otro azul porque la sangre reposada se pone de ese
color, es por eso que es un azul podrido; otro combinado, para crear una doble
labor, se mata y se descompone. Existe el partido con la U de un mesías que se
les volvió rebelde, ahora apunta con su mano derecha engatillada al lugar donde
nunca ha tenido el corazón. Existen colores políticos a la vez iglesias, pero
igual todo color político es tan sectario, cerrado y arbitrario como uno de
esos monstruos de piedra que aún sobreviven en nuestras plazas y que mutan
dentro de los barrios con sus ventanales azules y su música escandalosa para
atraer incautos. También existen el color político amarillo, descolorido de lo
simple, un color político éste sin cojones y sin sangre; el verde
mareado, inconsistente, vacilante y otro que se pinta de colores, se hace
llamar “humano” y hay quien cae. El humano es la bestia más terrible del
Colombestiario, se ha reproducido y mutado en muchas bestias de miedo.
A los cualquier políticos se les ve en las
plazas de los pueblos, zapateando, inflando el cogote y alzando el apéndice,
sudando, desgañitándose. Son furiosas bestias prometedoras; en una tarde
arreglan un pueblo, un planeta. Los problemas del Colombestiario son pocos,
“qué queda por hacer, si todo lo hemos venido haciendo tan bien…”, puede leer
uno en la mente de los cualquier políticos.
Le da una lechona a doña Blanca Bestia Campesina con el fin de alegrar sus
adiposidades y a don Pedro Bestia Obrero le da 200.000 pesitos para que se vaya
de putas.
El cualquier político siempre está dando
versiones encontradas y salvándose de imprevisto en el último momento, bajo la
pelambre de porquería del Gran Monstruo Político que se sienta en la cima del
Colombestiario. Es un monstruo asqueroso, su indigestión puede sentirse en todo
el Colombestiario y su mierda debe ser recogida, junto a la de las mismas
bestias comunes, por manadas de obreros pestilentes, a los que les encantan las
porquerías que les envían por una pantalla: se las tragan extasiados como si
fuera ambrosía, cuando en todos los casos, sin excepción, es pura mierda. Los
han querido llamar, por darles un nombre, hacerlos sentir mejor y ser útiles
para su caridad, pobres.
Algunos
cualquier políticos tienen de bestia
desde el apellido, otros creen que por nombrarse como santos pasarán por
generaciones impunes. El caso es que el cualquier
político varía en sus especies, desde unos que ponen cara de santos a otros
que son ampones presumidos, desde los que se creen redentores del pueblo, hasta
los que se confiesan asesinos porque no les dejó otra opción la situación del
Colombestiario.
El cualquier político abunda, es una bestia
de cuidado, pero la mayoría se olvida de esto y lo creen inofensivo; es más,
creen que va a salvarlos. Hay algo que es importante saber y tener claro, ni en
el Colombestiario, ni fuera de él, ni en un Universo imaginable es posible
salvarse.
Cada 3
o 4 años, según lo disponga un cualquier
político seboso que se ha retirado a ver cómo compiten sus colegas, se realizan
carreras de cualquier políticos. Las
bestias comunes apuestan a un color y un número que representa el grosor y
largo del apéndice similar a una corbata. En las carreras, bambolean sus
apéndices, que se ven hinchados por las pantallas, como bombas de látex que pronto
terminan reventándose. Pocos salen bien librados, con la corbata en su lugar,
del color que la tenían antes de la contienda; la mayoría se ven agotados,
chupados, quemados, entonces meten la cabeza debajo de las patas, no se les ve por
un tiempo en ninguna de las partes en las que antes inflamaban sus cogotes y
sus apéndices parecidos a corbatas. Se han guardado en sus cuevas a conspirar,
a seguir rumiando su pedazo de Colombestiario, a prepararse para la próxima
carrera, aún no saben de qué color habrá que poner el apéndice.
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